the Mopeds “The hills are alive with the sound of mopeds” (Vibraphone, 1998)
El castillo Malmöhus, la casa de baños Kallbadhuset inaugurada en 1898, parques en los que pasear digiriendo un buen desayuno, el cementerio del Este, la mansión Katrinetorp, un molino de viento que espera pacientemente la llegada del Quijote, iglesias góticas y otras de estilo Art Nouveau, gente haciendo cola en la biblioteca municipal, el Tuning Torso de Santiago Calatrava. Pasado, presente y futuro en Malmö, una fronteriza ciudad sueca donde la vida transcurre placidamente pero Oh no, I killed someone again…
Si pudiera manipular el Google earth localizando espacios geográficos, retrocediendo en el tiempo hasta principios de los noventa y espiando a los hermanos Jens y Petter Lindgarda, me llevaría la sorpresa de encontrarlos en algún pub de Malmö tocando algun instrumento de viento en alguna banda local y proyectando lo que iba a ser el álbum de debut más fresco de una banda sueca. Por cierto, ¿Sabíais que los hermanos Lindgard han tocado vientos en discos de St. Etienne, Cardigans, Bob Hund o Superheroes?
La década de los noventa tuvo que sumar cuatro años hasta la fecha de creación del grupo, momento en el que Jens decidió colgarse una guitarra para rascar unos acordes y cantar acompañado de su hermano Petter a la batería y de David Carlsson al bajo, a quien habían conocido en una escuela de jazz y de quien se dice que a la edad de quince años ya interpretaba todos los solos de guitarra de Yngwie Malmsteen. Tres años más tarde publicaban “Hände hoch”, un epé con seis temas en los que ya encontramos un primer clásico, “Lizard”, y las señas de identidad del trío: tenían la energía y el talante nervioso del pop, sus canciones bebían de diferentes fuentes y no era difícil encontrar en ellos una veneración por Beatles, XTC, Pixies o Heavenly a la vez que asimilaban una actitud lúdica y humorísticamente rebelde con producciones lo-fi. Posiblemente en 1997 no había ningún sueco que se resistiese a cantar: “she was a li-li-li-li-lizard…comeona comeona comeona yeah/that’s what she said”.
Las doce canciones de “The hills are alive with the sound of mopeds” llegaban un año después llenas de vitalidad y sentido del humor. Como curiosidad cabe mencionar que a mitad de los sesenta, una niñera llamada Julie Andrews se paseaba ingenuamente sin temer al peligro nazi por los montes austriacos cantando “the hills are alive with the sound of music”.
“Kid is alright” abre el álbum y en el caso de que no entendiésemos la letra estoy seguro que en una segunda escucha tatarearíamos las palabras en castellano (“his olive’s full of pimiento/his teeth are white from pepsodento/makes all muchachas calientes”) para seguir dejándonos ir con la facilidad del estribillo de “Friends are cheap” y su compulsivo vibráfono final o al ritmo vacilón de “Discoloser”. La mayoría de temas son pura electricidad moderada acompañada por la inconfundible voz de Jens en una interpretación descarada pero elegante, con constantes guiños instrumentales por parte de vientos o percusiones por más que lo que predomina aquí es la combinación de guitarra, bajo y batería. Hay aires mediterráneos y veraniegos en “Fuengirola Gonzalez” o “Making plans for nothing” acompañados por los medios tiempos melancólicos de “One of my best friends”, “Italian girl”, “Oh no” y “Life’s too short to hurry”. En definitiva, una colección de canciones pop con guitarras enérgicas y tímidamente demoledoras y una asombrosa capacidad para crear melodías perecederas y tatareables que encuentran su mejor momento en “Scuba diving suit (the mermaid theory)”.
Al poco tiempo the Mopeds regalaban el single “She went boom”, tres temas inéditos que dejan atrás la producción más casera de su estreno pero sin perder un ápice de imaginación y divertimento. Pero si echamos cuentas comprobamos que no han sido muy prolíficos, editando puntualmente otros tres discos en ocho años. El último hace apenas unos meses bajo el título de “Fortissimo” (Crunchy Frog). La razón seguramente la encontramos en que los tres músicos compaginan the Mopeds con el trabajo en su propio estudio Gulas en Malmö, donde se han puesto a los mandos de múltiples grabaciones de grupos suecos o también del que fue álbum de debut de Franz Ferdinand. Un disco homónimo que por alguna razón tiene una similitud a la propuesta que ya a finales de los noventa esbozaban los suecos.
1998, el mismo año del debut discográfico de Gomez, Boards of Canada, The Beta Band y de excelentes trabajos de los ya curtidos Mercury Rev, Royal Trux o Flaming Lips, veía como tres suecos sin artificios, honestos y alejados de las redes del pop rock anglosajón facturaban un gran álbum. Un disco que a menudo se deja caer por el reproductor de música en un acto para nada nostálgico y provocando que una vez tras otra quememos nuestra voz cantando “Oh no I killed someone again/oh no I think he was a friend” a la vez que se nos dibuja una sonrisa al ser conscientes de que conocemos el último clásico.
Si pudiera manipular el Google earth localizando espacios geográficos, retrocediendo en el tiempo hasta principios de los noventa y espiando a los hermanos Jens y Petter Lindgarda, me llevaría la sorpresa de encontrarlos en algún pub de Malmö tocando algun instrumento de viento en alguna banda local y proyectando lo que iba a ser el álbum de debut más fresco de una banda sueca. Por cierto, ¿Sabíais que los hermanos Lindgard han tocado vientos en discos de St. Etienne, Cardigans, Bob Hund o Superheroes?
La década de los noventa tuvo que sumar cuatro años hasta la fecha de creación del grupo, momento en el que Jens decidió colgarse una guitarra para rascar unos acordes y cantar acompañado de su hermano Petter a la batería y de David Carlsson al bajo, a quien habían conocido en una escuela de jazz y de quien se dice que a la edad de quince años ya interpretaba todos los solos de guitarra de Yngwie Malmsteen. Tres años más tarde publicaban “Hände hoch”, un epé con seis temas en los que ya encontramos un primer clásico, “Lizard”, y las señas de identidad del trío: tenían la energía y el talante nervioso del pop, sus canciones bebían de diferentes fuentes y no era difícil encontrar en ellos una veneración por Beatles, XTC, Pixies o Heavenly a la vez que asimilaban una actitud lúdica y humorísticamente rebelde con producciones lo-fi. Posiblemente en 1997 no había ningún sueco que se resistiese a cantar: “she was a li-li-li-li-lizard…comeona comeona comeona yeah/that’s what she said”.
Las doce canciones de “The hills are alive with the sound of mopeds” llegaban un año después llenas de vitalidad y sentido del humor. Como curiosidad cabe mencionar que a mitad de los sesenta, una niñera llamada Julie Andrews se paseaba ingenuamente sin temer al peligro nazi por los montes austriacos cantando “the hills are alive with the sound of music”.
“Kid is alright” abre el álbum y en el caso de que no entendiésemos la letra estoy seguro que en una segunda escucha tatarearíamos las palabras en castellano (“his olive’s full of pimiento/his teeth are white from pepsodento/makes all muchachas calientes”) para seguir dejándonos ir con la facilidad del estribillo de “Friends are cheap” y su compulsivo vibráfono final o al ritmo vacilón de “Discoloser”. La mayoría de temas son pura electricidad moderada acompañada por la inconfundible voz de Jens en una interpretación descarada pero elegante, con constantes guiños instrumentales por parte de vientos o percusiones por más que lo que predomina aquí es la combinación de guitarra, bajo y batería. Hay aires mediterráneos y veraniegos en “Fuengirola Gonzalez” o “Making plans for nothing” acompañados por los medios tiempos melancólicos de “One of my best friends”, “Italian girl”, “Oh no” y “Life’s too short to hurry”. En definitiva, una colección de canciones pop con guitarras enérgicas y tímidamente demoledoras y una asombrosa capacidad para crear melodías perecederas y tatareables que encuentran su mejor momento en “Scuba diving suit (the mermaid theory)”.
Al poco tiempo the Mopeds regalaban el single “She went boom”, tres temas inéditos que dejan atrás la producción más casera de su estreno pero sin perder un ápice de imaginación y divertimento. Pero si echamos cuentas comprobamos que no han sido muy prolíficos, editando puntualmente otros tres discos en ocho años. El último hace apenas unos meses bajo el título de “Fortissimo” (Crunchy Frog). La razón seguramente la encontramos en que los tres músicos compaginan the Mopeds con el trabajo en su propio estudio Gulas en Malmö, donde se han puesto a los mandos de múltiples grabaciones de grupos suecos o también del que fue álbum de debut de Franz Ferdinand. Un disco homónimo que por alguna razón tiene una similitud a la propuesta que ya a finales de los noventa esbozaban los suecos.
1998, el mismo año del debut discográfico de Gomez, Boards of Canada, The Beta Band y de excelentes trabajos de los ya curtidos Mercury Rev, Royal Trux o Flaming Lips, veía como tres suecos sin artificios, honestos y alejados de las redes del pop rock anglosajón facturaban un gran álbum. Un disco que a menudo se deja caer por el reproductor de música en un acto para nada nostálgico y provocando que una vez tras otra quememos nuestra voz cantando “Oh no I killed someone again/oh no I think he was a friend” a la vez que se nos dibuja una sonrisa al ser conscientes de que conocemos el último clásico.
[Reproducción del artículo escrito por mí y publicado en la revista Go! Mag no recuerdo cuando]
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